Hace 50 años, cuando el personal iba a comprarse un coche, alguien se preguntaba : “ ¿ y cuantos litros gasta ?”. Sin embargo, hoy en día, el consumo de gasolina, es uno de los argumentos de compra fundamentales, a la hora de elegir un nuevo vehículo.
Sin embargo, cuando ahora vamos a comprar una casa, la mayor inversión de nuestra vida, nadie se plantea : “ ¿y cuanto consume?. Y les aseguro, que en muchos casos la cifra es realmente elevada, y la vamos a tener que soportar toda nuestra vida.
Como consecuencia, los coches de hoy en día consumen 5 veces menos que los de hace 50 años, y los edificios que se construyen, consumen 5 veces más. Este consumo se reparte principalmente en calefacción, climatización, producción de agua caliente sanitaria e iluminación.
Los lugares donde habitamos, trabajamos, y acudimos diariamente, son una lista interminable de ejemplos donde prevalece el derroche innecesario de energía, y por supuesto de dinero. Este es legado de muchos años, donde la energía era abundante y barata, y donde en la construcción valía todo, ya que la demanda superaba a la oferta.
Sin embargo, en estos tiempos, donde ya hemos rebasado el oil-peak, y no hay vuelta atrás en la búsqueda de nuevas fuentes de energía, unidos a la actual crisis económica, es necesario replantearse la situación. Y una de las soluciones más sencillas y más rentables la tenemos “en casa”, nunca mejor dicho, ya que la energía más barata, es siempre la que no se consume.
Los costes energéticos de los edificios, en la gran mayoría de los casos, puede ser reducido drásticamente, simplemente aplicando soluciones sencillas y económicas.
Entonces, ¿ por qué no lo hacemos ?. Sencillamente, por que como dicen los consultores, “lo que no se mide, no se puede mejorar”. Todos recibimos las facturas de la luz, el gas, el gasoil, etc, pero no tenemos demasiado claro por donde se nos va el dinero, y que hacer para reducir los gastos, sin tener que renunciar al confort que nos proporcionan.
Bastaría con una simple auditoría energética, para conocer como utilizamos la energía, y por donde la estamos derrochando, y poder así eliminar los costes innecesarios, sin renunciar, y en muchos casos, incluso mejorando las condiciones de confort.
A nada que nos fijemos un poco, seguro que encontramos más de un ejemplo en nuestro entorno como radiadores mal ubicados, aires acondicionados y calefacciones funcionando al mismo tiempo, luces encendidas sin necesidad, filtraciones de aire, termostatos mal regulados, farolas encendidas de día, tuerías sin aislar, etc.
Muchas veces, además con consecuencias para la salud, ya que un edificio mal acondicionado es una fuente de enfermedades.
Afortunadamente, para los nuevos edificios, el Código Técnico de la Edificación, ha establecido una serie de medidas, que ayudarán a mejorar la eficiencia energética, aunque como siempre, el resultado final dependerá de cómo lo apliquemos los distintos profesionales (arquitectos, ingenieros, constructores e instaladores), y no lo olvidemos, de cómo la administración los supervise.
Sin embargo, existe un parque de edificios ya construidos, donde los costes energéticos son absurdos. La ventaja es que disponemos de un potencial de ahorro enorme, que en estos tiempos de crisis, pueden ser de gran ayuda para ajustar nuestras cuentas.
Debemos cambiar el chip, y empezar a pensar en los edificios como máquinas que consumen energía, y los profesionales en como diseñarlos, para que ésta sea la mínima, y si es posible renovable. Tenemos también un largo camino de formación y educación, en el que la administración debe jugar un papel esencial.
El día en que todos nos preguntemos : “ ¿y cuanto consume el edificio?, estaremos en el buen camino. Nuestro bolsillo y nuestro planeta nos lo agradecerán.
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